sábado, 23 de enero de 2010

BACILO (DE) BULGARICUS

Bulgaria es un país pequeño. Y como buen país pequeño, es un país orgulloso. Muy orgulloso.

El día que estrenamos nuestra obra de teatro ante las más de 300 personas que abarrotaron el Teatro de Gorna Oriahovitsa, verlos a todos de pié interpretando el himno búlgaro fue, cuanto menos, asombroso. Las banderas del país se dejan ver por todos los rincones. No solo en los edificios públicos, sino también en hogares, tiendas, restaurantes, coches... ya sea de tela o en forma de pegatina, la blancaverdeyroja suele estar presente.



A veces, este orgullo les hace tener una visión muy particular de su patrimonio. Por ejemplo, el idioma búlgaro, al ser de las primerísimas mutaciones del eslavo, es de los más antiguos de Europa. Después del búlgaro, vinieron el ruso, el checo o el serbio-croata, y esto no hay que negarlo. Lo que ocurre es que los ciudadanos de Bulgaria van a más, y denominan al eslavo como “búlgaro antiguo”, asegurando así que su idioma es el tercero del viejo continente. Esto sería equivalente a si nosotros dijéramos que el Latín es el “español antiguo” y, por tanto, el español es la segunda lengua más vieja de Europa, junto con el griego... Bueno, partiendo de la base de que Cristóbal Colón (que también es español) “descubrió” América, todo es posible en la piel de toro.

Pero no sólo de idioma se enorgullece Bulgaria. El yogur es el principal símbolo por el cual (según ellos) Bulgaria es famosa en el mundo entero. Es una lástima tener que reconocerles que, al menos en España, el yogur no se relaciona con Bulgaria ni Bulgaria se relaciona con el yogur.

Bulgaria fue, es y será el país del ex-barcelonista Hristo Stoichkov. Y mi abuela al yogur le llamaba “Danone”.

Ciertamente existe una conexión España-Bulgaria a través de dicho lácteo: después de una profunda documentación (la Wikipedia y poco más) he corroborado que, efectivamente, el yogur nació en tierras búlgaras. Pero además, la empresa Danone (cuando todavía era catalana) fue la primera en comercializarlo. La historia es la siguiente:

Los antiguos búlgaros se establecieron en los Balcanes a finales del siglo VII. Se dice que una bacteria autóctona de esta península fue la que provocó, casi por accidente, la fermentación del primer yogur. Y es que, los campesinos búlgaros utilizaban bolsas de piel para transportar la leche.

Pero quizá habría que bajarle los humos al pueblo de Bulgaria, ya que ellos no fueron la única tribu del Este que migraba continuamente. Nómadas del Cáucaso o del Imperio Otomano pudieron perfectamente encontrar esa pasta densa y sabrosa en sus envases de tejidos animales. Sin duda alguna, la fermentación del histórico yogur se encontraba en los organismos microscópicos presentes en esas pieles.



Si lo miramos desde el punto de vista etimológico, la palabra yogur procede de la lengua turca (significa amasar o mezclar con un utensilio). El derivado lácteo tal como lo conocemos hoy día en Occidente tiene un origen caucásico. Pero, a decir verdad, en Europa Central el grupo bacteriano difundido principalmente es el búlgaro.

Pero si hemos de hablar de un “padre del yogur” este no sería búlgaro, sino ruso, y se llama Ilya Ilyich Mechnikov. Biólogo e investigador del Instituto Pasteur de París, el profesor Mechnikov expuso su teoría de que el gran consumo de yogur era la razón de la inusual longevidad de los campesinos búlgaros. Así, tomando una muestra del lácteo fermentado, el científico logró aislar la bacteria responsable: el bacilo bulgaricus. Gracias a estos descubrimientos, Mechnikov ganó el premio Nóbel.

Convencido de sus ideas, el profesor Mechnikov trató de promocionar la comercialización de lácteos basados en el bacilo bulgaricus. Así, en 1919, Isaac Carasso funda en Barcelona la empresa Danone (en honor a su hijo Daniel) y elabora el primer yogur fabricado industrialmente. A partir de 1923 el Colegio de Médicos español lo empezó a recetar y podía encontrarse en farmacias. Daniel Carasso tomó las riendas de la empresa de su padre y comenzó su expansión por todo el mundo, siendo especialmente en Francia donde se abrieron más suscursales hasta el punto de instalar allí definitivamente la empresa. Y es que, como buen investigador del yogur, Daniel Carasso también estuvo ligado al Instituto Pasteur de París, donde asistió a varios cursos.

Mechnikov estaba en lo cierto: el consumo de yogur es sinónimo de esperanza de vida. En mayo del año pasado, Daniel Carasso nos dejaba a la edad de 103 años.



Para concluir, resumamos: en Bulgaria nació, en Turquía se bautizó, un ruso lo adoptó, en Francia se perfeccionó y España lo comercializó. Así es el yogur: un producto culinario internacional desde los montes caucásicos hasta el mar Mediterráneo... Aunque con tanto orgullo búlgaro de por medio, esto será difícil de atestiguar.