miércoles, 28 de octubre de 2009

YOGURES Y ROSAS

Gerard Brenan se refugió durante algunos años en las tierras alpujarreñas de Granada y de Almería. Allí escribió “Al Sur de Granada”, una obra imprescindible para conocer el sureste español de los años '20: el punto de vista más minucioso y objetivo de manos de este joven británico.

En pleno siglo veintiuno, y cual “Gerardico” Brenan, yo me encuentro rodeado de colinas balcánicas analizando, a base de inevitables comparativas, el modo de vida búlgaro. Considero que, durante el mes y poco que llevo aquí, he entrado en los suficientes bares, he comprado en las suficientes tiendas, he hecho el suficiente autostop, y -en definitiva- me he relacionado lo suficiente con Bulgaria y conlos búlgaros como para escribir sobre ellos sin miedo a caer en el prejuicio, tópico o generalización.

Por ello -y salvando siempre las distancias- el Diario Búlgaro pasa a llamarse (o quizá a subtitularse) “Al Sur del Danubio”.

En el albergue donde me alojé durante mi visita a Plovdiv conocí a una estudiante de medicina de la Universidad de Sofia. Le comentaba que Bulgaria es un país poco conocido en España, a lo que ella me respondió: “¿sí? ¿ni siquiera conocen nuestros yogures o nuestras rosas?” Pues no... La fama del yogur os la ha robado Grecia. Y además, ¿qué importa? ¡Si lo que venden en España es un yogur muy cremoso y extremadamente azucarado que no tiene nada que ver con el de los Balcanes!

Si en anteriores posts reconocí que el yogur búlgaro me había decepcionado, hoy debo romper un lanza a su favor. Es verdad que el sabor de los yogures que he probado aquí no es muy diferente a los “naturales sin azúcar” que se pueden comprar en España. Pero no es menos cierto que la cultura del yogur en Bulgaria es muy diferente a la nuestra. Primero está la variedad (que para algunos, como yo, suele ser sinónimo de buen gusto): desde los que te sirven como desayuno en enormes tazones que se toman con cuchara sopera, hasta los que acompañan a la musaka o a la ensalada en forma de salsa. Los hay muy cremosos y esponjosos, y también los hay líquidos, como la айран (“airan”) que se toma en vaso alto y con pajita, cual horchata valenciana.

El otro gran derivado lácteo muy consumido en Bulgaria es el queso. Uno de los platos típicos de aquí es la шопка (“shopka”). No tiene mucho misterio: ensalada de tomate y pepino, aderezada con queso blanco. El кашкавал (“kashkaval”) es el queso amarillo. Una de las presentaciones más típicas es frito en forma de filetes, rebozado previamente en una especie de adobo. De hecho, la primera vez que los vi pensé que eran filetes de merluza.

Por muy amante de la cocina española que sea, y por mucho orgullo patrio que derroche en esta estancia lejos de mi país, aquí debo de quitarme el sombrero ante las sopas frías de Bulgaria. Mientras que en España no pasamos del gazpacho (como mucho, a veces, el gazpacho verde o el ajo blanco), en Bulgaria tienen una gran cantidad de este tipo de sopas. De todas ellas, destacaría el таратор (“tarator”): es otro derivado del lácteo (tiene un intenso sabor a yogur) y se sirve con algún tipo de guarnición, normalmente pepino picado.

Por lo general, aquí me siento como en casa: tomates, pepinos y pimientos los tengo casi a diario. Que me perdone El Ejido entero por la siguiente frase, pero... el sabor de los pimientos rojos de aquí es acojonante. De hecho, otro plato típico -y de mis favoritos- son los pimientos rojos asados y rellenos de queso blanco.

Pero el rey de reyes de toda la gastronomía búlgara es “la madre leche”. Casi todas las mañanas desayuno кафе с мляко (“café s'mliako”), y, desde hace un tiempo, me preguntaba: ¿por qué está tan bueno el café con leche en Bulgaria? ¿es el café o es la leche?. La respuesta la encontré en el supermercado. Era de la marca “CBA” (la del súper), y de un 1% de pureza (como buenos europeos, los búlgaros no conocen la clasificación “desnatada, semidesnatada y entera”, sino la de los porcentajes de pureza). Aquel día salí cabreado del CBA porque el cartón no bajaba de las 2 levas (1 euro). Y es que, cuando algo en Bulgaria te cuesta más (o incluso igual) que en España, te pillas un rebote del quince... Rebote que se me fue pasando progresivamente mientras, ya en casa, llenaba un vaso de ese cremoso y blanco líquido. Cuando le di el primer trago (David es testigo de este momento) exclamé una palabra incomprensible en inglés, en sueco y en búlgaro: “¡coño!”. Si; ya lo tengo claro: cuando vuelva a España, lo que más echaré de menos será la leche de Bulgaria.

Como mi beca incluye la comida, los voluntarios de “Youth Tolerance” comemos todos los días en un restaurante. Sólo podemos elegir la bebida y, evidentemente, cuando terminamos nos levantamos y nos vamos sin nada que pagar. Esto se ha convertido en algo tan cotidiano, que ya no me resulta extraño mezclarme todos los días entre los clientes, los cuales también están acostumbrados a que, en una de las mesas, siempre haya tres o cuatro jóvenes comiendo lo mismo mientras charlan en inglés. A medida que pasaban las semanas y visitaba otros bares de Gorna Oryahovitsa (por cierto: la palabra “cutre” o “decadente” no cabe en ninguno de estos modernos e, incluso, lujosos establecimientos) me di cuenta de un detalle. A la hora de pagar -después de pedir la cuenta: сметката, моля! (“smetkata, molia!”)- la camarera suele colocar el ticket sobre la mesa, bien en un pequeño plato, bien dentro de un vaso de chupito, o bien en una especie de mini-carpeta. Si no llevas el dinero justo, has de llamar a la camarera de nuevo para que te cobre. Una vez le das el dinero, ella sacará el cambio del bolsillo de su mandil o de una pequeña riñonera, sin necesidad de volver a pasar por la caja.

Este es uno de esos pequeños detalles que te sorprenden y que se repiten en todos los bares de Bulgaria. Pero lo más impactante para mí (y supongo que para cualquier compatriota) sucede en los casos en los que llevas el dinero justo. Es tan sencillo como dejarlo en la mesa e irte: así de fácil. Las primeras veces yo me sentía tan incómodo que me acercaba a la camarera para decirle довиждане! (“dovishdane!”, ¡hasta luego!) y le señalaba a la mesa para que viera que allí estaba el dinero. Aún así, mientras abandonaba el bar, no paraba de mirar atrás para ver si la chica comprobaba que el dinero estaba correcto... ¡Pero es que la mayoría de las veces no lo comprueban! Cogen el platito, el vasito o la carpetita y se van derechas para la caja.

Este exceso de confianza tiene que deberse a la honradez búlgara o a que, quizás, es de mala educación desconfiar del cliente. Yo me decanto por la segunda opción, ya que, en varias ocasiones, he visto como el camarero o camarera nos ha esperado a una distancia prudencial hasta que casi hemos salido del bar. Hasta ese momento no se ha acercado a la mesa a por el dinero. ¡Vamos! ¡Igualito que en España!: el país de los clientes haciendo un “sinpa” o del camarero con mala follá gritando “¡aquí falta un café por pagar!”.

Yogures y rosas. Lo típico de Bulgaria. Ya conozco la cultura balcánica del кисело мляко (“kiselo mliako”, yogur). Ahora, esperaré a que llegue el invierno de verdad, puesto que este frío mañanero no es nada comparado con las heladas que me esperan. Más tarde, se derretirán los casquetes de nieve y será entonces -por los meses de marzo y abril- cuando vea florecer los inmensos campos de rosas de Bulgaria.

Aquí queda mucho país por descubrir.









martes, 20 de octubre de 2009

SPIN-OFF

En los tres años que he residido en Sevilla, me han llegado a salir llagas en la boca de tanto repetir la frase “en El Ejido NO se cultivan fresas”. Sólo han pasado treinta días desde que me instalé en esta comarca del norte de Bulgaria y me temo que me queda una lacra de nueve meses equiparable a la confusión Almería - Huelva que se tiene en Andalucía Occidental: se trata de la confusión europea entre España y Latinoamérica.

He hecho un poco de memoria hasta situarme en el año 1997 o 1998. Aquel verano conocimos a unos turistas franceses en Almerimar (¡joder! ¡he tenido que estrujarme bien los sesos para recordar los tiempos en los que Almerimar tenía turismo!), y, hablando con ellos, un servidor le hizo la siguiente pregunta: “¿qué música española conocéis?” La respuesta fue “Ricky Martin”.

Ahora yo -en uno de mis ejercicios de autocrítica preventiva- me paro a pensar en los dos meses que pasé en Brighton. Todavía recuerdo que a uno de mis colegas nunca acabó de quedarle clara la diferencia entre Inglaterra y Estados Unidos (bueno, yo también pensaba que The Killers eran británicos...). Aún así, hasta ahí, lo veo normal: confundir a Ricky Martin o Jeniffer López con artistas españoles, así como mandar al otro lado del charco a Enrique Iglesias, no me preocupa.

Lo que me revuelve las tripas es que se confunda estrepitosamente dos culturas: dos modalidades lingüísticas, dos mundos gastronómicos, un millón de costumbres... Y no deja de sorprenderme aún más que, de tantos países de habla hispana que hay en América (y dejando la música a un lado), sólo se dediquen a mezclar el sombrero mexicano con el flamenco español. Sí señores, señoras y señoritas: desde los Pirineos para arriba, México y España son exactamente el mismo país.

Hace dos domingos hice una tortilla de patatas que, pese a que no le eché los suficientes huevos (me voy a ahorrar el chiste fácil, pero podéis ir riéndoos de mientras) y pese a que el aceite de oliva virgen extra de Grecia está a años luz del de Jaén, mis compañeros David y Anna quedaron encantados. Días después, mientras nos tomábamos unas de esas cervezas de medio litro a ochenta céntimos, hablábamos de cocinar platos típicos de nuestras respectivas tierras. Yo propuse que, por mi parte, lo próximo sería una paella. Anna me sugiere que porqué no hago mejor unos tacos, y yo le respondo “porque soy español, no mexicano” (esta es ahora la frase por la cual tengo agujetas en la mandíbula). Ella, absolutamente convencida, afirma “pero aunque sea un plato de origen mexicano, es muy típico en España”. Yo (flipando) le respondo con un NO rotundo, al que prosigo con un “solo he visto tacos en España una vez que comí en un restaurante mexicano”. La cara de incredulidad de Anna vino acompañada con un “really?”.

Me da la sensación de que hacer cambiar a los europeos la visión “fusionada” de España y México sería tan difícil como querer cambiar esa mitología popular que representa a los piratas con pendientes, garfio y parche en el ojo (¿quién cojones se inventó ese 'look'? Hippie era, eso seguro). Más gastronomía como los burritos o los nachos así como las palabras mariachi o pendejo también son atribuidas a nuestra patria. Ahora yo no sé qué prefiero: que se nos confunda con un país que está a decenas de miles de kilómetros del nuestro, o que sigamos siendo la tierra de las corridas de toros y del flamenco barato.

Si en el anterior post reflexionaba sobre el orgullo patrio, este debería titularse “orgullo patrio herido”. Al final, he optado por usar el término 'spin-off'. Las siguientes líneas van dedicadas tanto a los que no saben qué significa 'spin-off', como a los que sí lo saben pero no entienden el porqué de este título:

Spin-off es un concepto aplicado al sector audiovisual (televisivo, en particular) que inventaron los estadounidenses. Para algunas cosas me meto con los yanquis pero para otras -como en lo que a televisión se refiere- hay que reconocer que son unos genios. Cuando era imposible sacarle más partido a una serie caducada como Cheers, ellos tomaron a uno de sus personajes (mismo actor, mismo papel, diferente contexto) para crear un 'spin-off' titulado Fraiser. Por otro lado, Joey es otro ejemplo de 'spin-off' premeditado desde antes del final definitivo de Friends. En España, el mejor (o único) ejemplo es el de Aída / Siete Vidas.

Yo he extrapolado el concepto 'spin-off' tomando uno de los párrafos de mi último artículo -como si fuera uno de los personajes de una serie- para basar la presente entrada de mi blog. Así, el 'protagonista' de esta nueva historia ha sido la siguiente línea:

<<De todas formas, ¿qué mas da?, si Jennifer López también es española y los burritos y los nachos son platos típicos de nuestra gastronomía. No lo digo yo, lo dicen los europeos. ¡Y yo pensaba que los únicos que confundían Latinoamérica con España eran los yanquis!>>

domingo, 11 de octubre de 2009

YO Y EL ORGULLO DE SER ESPAÑOL

No es casualidad que esté publicando las presentes líneas a unas pocas horas del 12 de Octubre: día de La Hispanidad. Por cierto: felicidades españoles y españolas, felicidades Zaragoza, y felicidades a la Guardia Civil.

Hace unos meses estaba haciendo eso que tanto me gusta hacer en Internet: ver monólogos, y en uno de ellos (no recuerdo de quien) hablaba de ese sentimiento patrio que nos sale a los españoles cuando estamos fuera de nuestro país. Decía el monólogo que si Arzallus (para los de la LOGSE: el que fuera líder del Partido Nacionalista Vasco) fuera al extranjero y le preguntaran si es español, este zapatearía en el suelo cual Rafael Amargo en “Bodas de Sangre” y exclamaría “¿pero es que lo duda, hostia?”.

El orgullo de ser español es algo imposible de mostrar en nuestro país a no ser que quieras que te relacionen con la derecha. “El orgullo de ser español” es exactamente el título de una canción de la banda neo-falangista Estirpe Imperial. Tuvimos que esperar cuarenta y dos años y ganar una Eurocopa de fútbol para salir a la calle con nuestra bandera y gritar sin miedo“¡viva España!”.

Por eso los españoles nunca viajaremos a la Luna. Ya estoy viendo a ese astronauta clavar la bandera de España y medio país llamarle “facha”. Por eso, y porque en lugar de tener una frase preparada a lo Amstrong en plan “este es un pequeño paso para el hombre pero un gran salto para la humanidad”, nosotros diríamos “¡madre mía, esto está muerto! ¿aquí dónde se sale?”.

Si os habéis reído con el último párrafo, he de ser sincero y reconocer la autoría de los chistes a dos cómicos de la Paramount Comedy: el madrileño Goyo Jiménez y el almeriense Paco Calavera. De todas formas yo, al igual que Paco, soy de los que piensan que lo de Neil Amstrong fue un montaje y que el hombre nunca pisó la Luna... “¡no ha llegado el AVE a Almería, va a llegar el hombre a la Luna!”.

Y en la Luna, o en cualquier otro lugar lejos de la piel de toro, los españoles hacemos cosas extrañísimas. Cosas que nunca haríamos estando en nuestro país, como la que -sin ir más lejos- hice yo anoche en un salón con cuatro polacos. Estabamos viendo videos de una banda de hip-hop de su país cuando yo me levanté orgulloso para mostrarles algo de rap español. Nunca escucho hip-hop en español (ni en francés ni en inglés), y jamás en la vida he tecleado en Youtube las letras S, F, D y K seguidas. Debe ser que, gustándome el rock independiente y viviendo con un sueco, me sentía algo desplazado musicalmente. Él no conoce a Los Planetas y yo admiro la brillante escena sueca de rock cool con Mando Diao, The Hives y The (International) Noise Conspiracy a la cabeza.

Además, llevamos toda la vida tragándonos su mierda: desde Abba a Roxette, pasando por Europe (¡sí! ¡Europe son suecos! No tenía ni idea...). Y, en aquella tarde en la que sonaron tantas bandas suecas en la radio del restaurante donde comemos todos los días, cuando escuché los primeros acordes de “La Tortura” de Shakira y Alejandro Sanz casi me pongo de pié. Por su parte, Enrique Iglesias es (y sé que esto es una gran putada) el artista español más grande fuera de nuestras fronteras, mientras que su padre sonaba en un taxi búlgaro el día que fui a Gabrovo.

Pero, al igual que cuando estuve en Inglaterra, aquí me he dado cuenta de que los reyes (y nunca mejor dicho) de la música hecha en nuestro país siguen siendo los Gyspy Kings (y, para el que no lo sepa, son franceses). Por supuesto, cuando los escuché en la discoteca Spider de Veliko Tarnovo, no me faltó tiempo para remangarme y palmear la célebre “volaaaaree, ooh, ooooh”.

Son las cosas que hacemos cuando no estamos en España. ¿Es la nostalgia o es la libertad de poder mostrar nuestro orgullo patrio sin miedo a que nos llamen fascistas? Otro ejemplo: el otro día me puse un disco entero de Calamaro... Nunca he sido capaz de escuchar más de tres o cuatro canciones sueltas, y aquella tarde me cepillé los dos CDs de “Honestidad Brutal”. Ya sé que estaréis pensando “¡pero si Calamaro es argentino!”. Sí y no. Siempre defenderé Tequila y Los Rodríguez como lo que son: grupos surgidos de la escena rock madrileña; Andrés está empadronado en Malasaña. De todas formas, ¿qué mas da?, si Jennifer López también es española y los burritos y los nachos son platos típicos de nuestra gastronomía. No lo digo yo, lo dicen los europeos. ¡Y yo pensaba que los únicos que confundían Latinoamérica con España eran los yanquis!

De todas formas, es algo que me viene –incluso- bien en situaciones como, por ejemplo, “comprar alcohol en un supermercado”, ya que el sueco y las polacas me creerán si les digo que el ron es español. De hecho, los expertos dicen que la caña de azúcar se exportó al Caribe desde el Reino de Granada, así que aunque el Havana Club sea más prestigioso que el Ron Pálido de Motril, el ron es algo tan español como la paella. Y es que, mi sangre española (titulo de una canción de Manolo Tena y, también, de Estirpe Imperial) hierve cuando David ve una botella de vodka Absolut y exclama “Oh! A Sweedish vodka!” A Anna y a Marga casi les tengo que agradecer que el patrocinio de la firma polaca Sobieski salvara la celebración del último Creamfields en El Ejido. Por cierto: ¿sabíais que Rusia y Polonia mantienen una guerra (sin bombas) por el registro del vodka? En el CBA (el Covirán búlgaro) no encontré ni una sola marca española de alcohol, pero, ¿qué íbamos a exportar? ¿Whisky DYC o ginebra “matarratas” Larios?

Una cosa que no hago muy a menudo en España y voy a empezar a hacer aquí es ver más cine. Cine español. Y no lo haré por nostalgia o por orgullo. No exactamente. Lo haré para que cuando me hablen de películas españolas, no repetir tanto la frase “I haven't seen it before”. Y es que, el cine español está muy respetado más allá de los Pirineos, y no sólo por Almodóvar y Amenábar. Directores y directoras como Isabel Coixet o J.A. Bayona son más que conocidos, y ¡qué decir de nuestros oscarizados actores Bardém y Penélope!. Mientras, en España, continuamos con el eterno debate “cine español sí / cine español no”. Qué curioso, ¿verdad?

Y para ir cerrando este nuevo capítulo de “reflexiones desde Los Balcanes”, he reservado para el final todo lo que concierne al deporte. Amigos y amigas compatriotas, permitidme deciros lo siguiente (imaginad que me levanto y alzo mis brazos en forma de “V”): “¡SOMOS LOS PUTOS AMOS!

Cuando estoy con David agacho la cabeza si me habla de bandas suecas de rock. Pero cuando hablamos de fútbol es él el que casi se tiene que poner rodillas y alabarme. Está clarísimo: a nivel de selecciones somos los actuales campeones de Europa. Pero, por si alguien lo dudaba, a nivel de equipos tenemos la mejor liga del planeta. Esto me lo dice un sueco, pero también me lo dicen los polacos y algún que otro búlgaro. Paradójicamente, la liga que se sigue bastante en Bulgaria es la “Premier” inglesa, y no la española. Debe ser porque el nuevo ídolo nacional se llama Berbatov y juega en el Manchester United.

Aún así, los tiempos de Hristo ya pasaron (que a nadie se le olvide que Bulgaria fue tercera en el mundial de USA '94, más que España en toda su historia) y el deporte que más siguen actualmente es el voleibol masculino. Al parecer, la selección búlgara está en estado de gracia y, al igual que en España con el baloncesto, ellos “se han echado” al voley. Por cierto: qué ganas tengo de hablar de basket con alguien del Este.

Pero no sólo saco a relucir mi orgullo patrio en los deportes de equipo. Y es que, aunque Rafa Nadal ya no sea el número uno, y Fernando Alonso ya no gane mundiales a pares, estos deportistas que tantos minutos (publicitarios) de televisión ocupan en España, son también grandes fuera de nuestra piel de toro. Alex (una chavala del grupo de teatro) ya me apoda “Alonso”.

¡Ay, mi España! Fruto de la Corona de Aragón y de los reinos de Castilla, de León, de Navarra y de Granada. Tierras que han visto moros y cristianos. Antigua casa de romanos y de cartagineses. De fenicios y de visigodos... Ahora muchos no entienden (o no quieren entender) nuestro mapa, nuestro escudo ni nuestra bandera, y se hacen preguntas como ¿por qué los colores de “la nacional” y no los de “la republicana”? ¿Por qué León comparte Comunidad Autónoma con Castilla La Vieja? ¿Por qué Granada está en Andalucía? ¿Por qué Cartagena está en Murcia? Y otros muchos optan por quitarse de en medio y decir que no se sienten españoles usando pretextos (falsos o confusos) como que “nunca lo fueron”. Siendo yo actualmente vecino de una serie de extrañas fronteras de lo que antes era un solo país llamado Yuloslavia, a veces me pregunto si ahora serán más felices y si es esto lo que desearían algunos españoles que ocurriera en nuestro país (y no me refiero precisamente a “matarnos entre nosotros”). A tres mil kilómetros de España, hago como que aparto pancartas de “Catalonia is not Spain” y banderas ikurriñas para sacar tímidamente mi bandera de España mirando de reojo por si alguien me apunta... con el dedo.
Soy español y me temo que no podré evitar el miedo al orgullo se serlo. Porque lo tengo (el orgullo y el miedo).

miércoles, 7 de octubre de 2009

'DIARIO' PROPIAMENTE DICHO

Después de que alguien me dijera textualmente “no sé nada se tu día a día” empecé a reflexionar sobre mis “apariciones” en Internet. Es cierto: Facebook solo lo abro para subir fotos (y tardo mil) y para leer los respectivos comentarios en las subidas anteriormente. Y por su parte, el presente blog había cogido una línea muy de “columna de opinión de El País”. Y, aunque me agrada este estilo y, a su vez me alegra la buena acogida que ha tenido, hoy voy a hacer un pequeño paréntesis para contar un poco mis vaivenes diarios por estas tierras balcánicas.

Me asquea tener que reconocer que ya no tengo los 22 años de cuando pasé dos meses en Inglaterra, y, ni queriendo, estas líneas se parecerán a las que escribía por aquel entonces en mis e-mails masivos (no existía el Caralibro y nunca tuve Fotolog). Así que esta vez no hablaré de música, ni de fútbol ni de tías buenas... ¿o quizá sí?

En fin: primeramente explicaré a qué se dedica mi organización de acogida. Es una asociación llamada “Youth Tolerance” que definiría como unos hippies sin sandalias. “Youth Tolerance” colabora, a su vez, con otras organizaciones públicas y privadas como, por ejemplo, un colegio de Gorna Oryahovitsa, la Casa de la Juventud de este pueblo o un centro de discapacitados mentales. Lo de hippies viene a propósito de las reuniones semanales que hacen con chavales y chavalas que no pasan de los 17 o 18 en lo que ellos llaman el “Youth Parliament”. En él, se debate acerca de temas relacionados con los derechos humanos: igualdad de género, diversidad cultural y multirracial, protección del menor,...etc. En definitiva, es un tipo de asociación que en España “olería” a politiqueo y, para bien o para mal, tendría mil dedos señalándola... pero en fin. Lo de nuestro prejuicioso país ya lo dejé claro en la última publicación.

Mi ´timetable' semanal podría ser más o menos el siguiente. Los lunes, asisto a mis clases de búlgaro impartidas en inglés... vamos, como dos clases de idiomas en una. Por la tarde, voy al taller de teatro. En principio me interesé por esta actividad pensando en la posibilidad de trabajar en temas técnicos (lo que viene siendo “lo mío”: sonido, luces,...etc), aunque, al final, me lo estoy pasando pipa con las actividades y jueguecillos que hacemos. Ahora estoy 'to picao' aprendiendo malabares con pelotas de tenis.


Los martes imparto clases de español a los chavales de 9º grado (equivaldría a nuestro actual 3º de E.S.O.). Ayer comencé con esta actividad, y solo se presentaron tres chavalillas (y de 5º grado)... al parecer un error “logístico” (o de falta de información) hizo que no apareciera ni un solo alumno de noveno... Por las tardes, tengo el “Youth Parliament” explicado anteriormente.

Los miércoles por la mañana tengo otra hora y veinte minutos de curso de búlgaro, mientras que por la tarde me vuelvo a poner en el lado del profesor para dar mis clases de español para adultos. La semana pasada asistieron tres de los siete alumnos apuntados... Pero esa escasa asistencia fue “maquillada” con la aparición de Anna y David, mis compañeros voluntarios (a parte de Marga).

Por cierto, voy a hacer aquí un 'break' para contar que, a parte de mí, en “Youth Tolerance” colaboran otros tres becarios del programa “Servicio de Voluntariado Europeo”. Marga y Anna son dos chicas de Polonia que estarán aquí once y dos meses respectivamente (vamos, a Anna le quedan treinta días). Por su parte, David, de Suecia, vive conmigo y lo hará en Gorna Oryahovitsa durante otros once meses más. Nuestras tareas en la asociación son prácticamente las mismas, aunque están algo moldeadas para cada cual según nuestras preferencias, conocimiento del idioma y formación.

Continúo con el jueves: por la mañana (y desde esta semana) voy al Centro de Discapacitados Mentales donde, durante tres horas, mi misión es entretener a los chavales y a los no tan chavales. He de ser asquerosamente sincero y decir que esta era la actividad que menos me atraía al principio. Pero, después de la experiencia del lunes pasado, la cosa no fue tan difícil: los chicos y las chicas se pusieron realmente contentos cuando vieron aparecer a alguien nuevo, y mis tres horas allí se consumieron jugando a un absurdo juego de cartas sin reglas, o a pasarnos la pelota de unos a otros. También comprobé que es una manera buenísima de aprender búlgaro así que, mañana, no olvidaré mi libretilla.

En las tardes de los jueves estoy de nuevo por el teatro, mientras que los viernes no tengo una actividad prefijada. Sólo mi obligatoria estancia de 15 a 17 horas en la oficina. Y esto es todo...

Los fines de semana los he aprovechado para conocer la comarca (Arbanassi, Veliko Tarnovo, Bozhentsi y Gabrovo son lugares todos recomendables) y, en breve, espero comenzar mis “turisteos” por el resto del país: Plovdiv pinta muy bien. Varna, Burgas y Sazopol son ciudades costeras de visita obligada para alguien tan “playero” como yo. Y, por supuesto, me gustaría conocer “algo más” de Sofía, a parte del aeropuerto y la estación de tren...

Por supuesto, todas esas ciudades tendrán un álbum de fotos en Facebook (si mi escaso tiempo de usar Internet y la conexión que tenemos me lo permiten). Y, dado que al final no he hablado de música (aquí lo que más se oye es Black Eyed Peas y Lady Gaga) ni de fútbol (¡qué grande es ser los campeones de Europa!), al menos os deleitaré con esta camarera del bar más cool de Veliko Tarnovo.


¿Estáis ya buscando vuelos para venir “a verme”? :P

viernes, 2 de octubre de 2009

PREJUICIOS E IGNORANCIAS

Prejuicio significa “previo al juicio”. Es un atajo mental que el ser humano toma con el fin de evitar todo tipo de razonamiento complejo, aún a sabiendas de equivocarse.

La ignorancia es la madre de todos los prejuicios. Ignorancia no es lo mismo que desconocimiento. Ignorancia es lo mismo que 'no querer conocer'. Ignorancia es acomodarse en los prejuicios.

Un prejuicio es, por ejemplo, decir que Bulgaria es un país tan pobre que las calles no están ni siquiera asfaltadas. No culparé a ningún compatriota de haber pensado esto alguna vez: pero sí os diré que la pregunta ¿están en tu país las calles asfaltadas? me la hizo una vez un inglés (sí, yo pensé lo mismo: ¡hijo de la gran... Bretaña!).

Ignorancia es, por ejemplo, pensar en Bulgaria sólo como país de Europa del Este. ¡Con lo grande que es el Este! Ignorancia es no querer saber que Bulgaria está en en Sur: tan al sur como España.

Prejuicio es oír hablar de Los Balcanes y pensar directamente en los países que participaron en la guerra que llevó su nombre. Ignorancia es no querer saber que Bulgaria es tan balcánica como Serbia y Croacia.

El otro día probé al fin el famoso yogur de los Balcanes. Sí; porque el yogur de los Balcanes es famoso. ¿Tan famoso como el griego? -pensará alguno/a- ¡Claro que sí!: es el mismo. Grecia también está en la Península Balcánica.

Por cierto, si queréis saber mi opinión sobre el yogur, confesaré que no me pareció tan diferente a los yogures naturales sin azúcar del Mercadona... Lo probé mientras pasaba un domingo de 'turisteo' en Bozhentsi: una bonita aldea escondida entre la verde Bulgaria. Bozhentsi es uno de esos lugares tan cargados de encanto que ni el mejor pintor paisajista sería capaz de igualar. No hace falta comprarse la mejor cámara reflex del mercado, ni adquirir la técnica del mismísimo Carlos Pérez-Siquier para hacer una fotografía digna de enmarcar.

Y es que, prejuicio también es aterrizar en Gorna Oryahovitsa y querer describir Bulgaria entera. Ignorante fui yo mismo al pensar que todo el país está plagado de edificios medio abandonados, aceras levantadas y farolas que no funcionan. El paisaje urbano es bien diferente en ciudades vecinas como Veliko Tarnovo o Gabrovo. La primera puede recordar a cualquier ciudad castellana de nuestra piel de toro, como Toledo, Segovia o Ávila. La segunda es una ciudad realmente europea, pero sin modernos tranvías, ni pantallas de plasma por las calles, ni cabinas de teléfono con conexión a Internet. Pero, ¿acaso en España abundan ese tipo de cosas?

Puede que ignorancia también sea no querer echar un vistazo a nuestro país antes de hablar de cualquier otro. Aún recuerdo cuando la mitad de las calles de Santo Domingo (mi barrio) estaban sin asfaltar. No hace falta hacer miles de kilómetros y ni siquiera pasear por barrios marginales para comprobar como parques y plazas de nuestras España querida se pudren entre el abandono. Si “decadente” es igual a un montón de edificios que, en treinta años, no se les ha pasado ni una sola mano de pintura, ¿son entonces decadentes ciudades como Málaga o Sevilla?

Ahora me sorprende menos la pregunta que me hizo aquél inglés. Aunque mi sangre no deja de hervir cuando recuerdo otra pregunta foránea; fue la de un alemán que, convencido, me dijo: ¿es verdad que en España todas las mujeres van con una flor en la oreja?

No señor. Todas las españolas no visten como Lola Flores, ni todos los españoles vamos detrás de ellas a ritmo de palmas y pandereta repitiendo constantemente esa puta coletilla que tanto nos afama: “ole, ole, ole”. Los búlgaros y las búlgaras, por su parte, tampoco se caracterizan por viajar en vetustos carruajes tirados por un burro, surcando los arcenes de las estropeadas carreteras del país.

Aunque, por otro lado, mentiría si dijera que en Bulgaria es difícil ver coches de los años ochenta e incluso setenta, cual Paseo del Malecón en La Habana. Y si no tienes coche, y te quieres ahorrar el lento (aunque baratísimo) transporte público búlgaro, siempre puedes hacer autostop. El autostop es una práctica bastante habitual en los países del Este... una práctica tercermundista quizá piensen algunos. Sin embargo, pese a mis escasos 27, recuerdo perfectamente que, en los años que viví en el Pirineo aragonés, la gente se movía por los pueblos de la zona a base de autostop. Es una costumbre que se ha ido abandonando paulatinamente en España -aunque quizá hubo un antes y un después tras el caso de las niñas de Alcasser en 1992-. El tema es que, hoy día, los transehuntes no hace autostop por miedo a subirse en el coche del mismísimo asesino de la baraja. Por su parte, los conductores españoles jamás pararían ante la señal de una 'autostopista' vaya que se trate de la niña de la curva que vieron en domingo pasado en el programa de Íker Jiménez.

Estas son las cosas que ocurren en España. Un país donde customizar la ropa ochentera de nuestros padres, es moderno. Mientras, en Bulgaria, mantener el mismo coche que hace 25 años, es decadente.